Ahora que estamos a punto de celebrar el día de Navidad, es un buen momento por reflexionar sobre el mundo real y el mundo simbólico y sobre como estos afectan nuestras vidas. Y quizás descubriremos que muchas veces los efectos del mundo simbólico son mucho más potentes de lo que nos pensamos. Precisamente este es el motivo por el cual en nuestras vidas y en nuestras sociedades, los mitos y los arquetipos sean tan esenciales.
Si nos paramos a pensar, a nosotros poco nos afecta si la estrella de Navidad existió realmente o si sólo fue una metáfora simbólica creada por los “Magi” que es como se les denominaba entonces a los astrólogos. ¿Por qué? Pues porque nosotros siempre vivimos su efecto de manera simbólica. Es decir, para nosotros la estrella de Belén simboliza el día de Navidad y también el Solsticio de Invierno, que son una fiesta cristiana asociada a una fiesta pagana.
Y simbólicamente ambas representan una estrella brillante en un cielo bien oscuro o el Yang que nace en el momento de máximo Yin o una intención de aumentar la luz en el día más corto y oscuro del año y por lo tanto un momento de luz extraordinaria en el momento de máxima oscuridad. Para nuestra cultura cristiana también representa la venida al mundo de quien trae esta luz, Jesús, y de todo lo que él y el Cristianismo representan, es decir, amor, compasión, fraternidad y sobre todo un momento de unión y alegría para disfrutar de la compañía de los que más queremos.
Pero casi siempre, lo que vivimos simbólicamente también tiene su manifestación física, aunque no siempre podamos verla. Y para descubrir si existió o se observó esta misteriosa estrella, tendremos que recurrir a la astronomía.
Hay estudios astronómicos que intentan averiguar si alrededor del año 0 se produjo algún fenómeno en el cielo que pudiera relacionarse con la estrella de Belén y no se ha encontrado ninguno de visibilidad relevante. De hecho, el único referente histórico que se tiene es el Evangelio de Sant Mateo y esta carencia de referencias también es significativa.
Hay, pero, varios acontecimientos que podrían ser buenos candidatos. El primer comentario astronómico sobre la estrella lo hizo Kepler en el siglo XVII y lo relacionó con la conjunción (que quiere decir unión en el cielo) de dos planetas, Júpiter y Saturno. Esto pasó hacia el 7 aC en el signo de Piscis que, casualmente o no, es el símbolo que representa al Cristianismo. Pero esta conjunción fue poco visible. Otra hipótesis plausible podría ser la aparición del Cometa Halley, el año 12 aC, pero su visibilidad también habría sido pequeña. Una última hipótesis podría ser la explosión de una supernova en la Galaxia de Andrómeda, pero también habría sido difícil verla a simple vista.
¿Qué podríamos deducir de todo esto? Pues que el hecho que el fenómeno hubiera sido físicamente espectacular pierde fuerza ante el hecho que hubiera sido una interpretación astrológica y por lo tanto simbólica de un hecho astronómico. Esto implica que el simbolismo seguramente es mucho más presente en nuestras vidas de lo que creemos. Y para terminar, sólo desearos una feliz Navidad y que cada cual pueda soñar con su particular estrella de Navidad!
Si nos paramos a pensar, a nosotros poco nos afecta si la estrella de Navidad existió realmente o si sólo fue una metáfora simbólica creada por los “Magi” que es como se les denominaba entonces a los astrólogos. ¿Por qué? Pues porque nosotros siempre vivimos su efecto de manera simbólica. Es decir, para nosotros la estrella de Belén simboliza el día de Navidad y también el Solsticio de Invierno, que son una fiesta cristiana asociada a una fiesta pagana.
Y simbólicamente ambas representan una estrella brillante en un cielo bien oscuro o el Yang que nace en el momento de máximo Yin o una intención de aumentar la luz en el día más corto y oscuro del año y por lo tanto un momento de luz extraordinaria en el momento de máxima oscuridad. Para nuestra cultura cristiana también representa la venida al mundo de quien trae esta luz, Jesús, y de todo lo que él y el Cristianismo representan, es decir, amor, compasión, fraternidad y sobre todo un momento de unión y alegría para disfrutar de la compañía de los que más queremos.
Pero casi siempre, lo que vivimos simbólicamente también tiene su manifestación física, aunque no siempre podamos verla. Y para descubrir si existió o se observó esta misteriosa estrella, tendremos que recurrir a la astronomía.
Hay estudios astronómicos que intentan averiguar si alrededor del año 0 se produjo algún fenómeno en el cielo que pudiera relacionarse con la estrella de Belén y no se ha encontrado ninguno de visibilidad relevante. De hecho, el único referente histórico que se tiene es el Evangelio de Sant Mateo y esta carencia de referencias también es significativa.
Hay, pero, varios acontecimientos que podrían ser buenos candidatos. El primer comentario astronómico sobre la estrella lo hizo Kepler en el siglo XVII y lo relacionó con la conjunción (que quiere decir unión en el cielo) de dos planetas, Júpiter y Saturno. Esto pasó hacia el 7 aC en el signo de Piscis que, casualmente o no, es el símbolo que representa al Cristianismo. Pero esta conjunción fue poco visible. Otra hipótesis plausible podría ser la aparición del Cometa Halley, el año 12 aC, pero su visibilidad también habría sido pequeña. Una última hipótesis podría ser la explosión de una supernova en la Galaxia de Andrómeda, pero también habría sido difícil verla a simple vista.
¿Qué podríamos deducir de todo esto? Pues que el hecho que el fenómeno hubiera sido físicamente espectacular pierde fuerza ante el hecho que hubiera sido una interpretación astrológica y por lo tanto simbólica de un hecho astronómico. Esto implica que el simbolismo seguramente es mucho más presente en nuestras vidas de lo que creemos. Y para terminar, sólo desearos una feliz Navidad y que cada cual pueda soñar con su particular estrella de Navidad!
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